Durante las últimas dos semanas Disney se ha enfrentado a un juicio que parecía el caldo de cultivo perfecto. Según el guionista y animador Buck Woodall, Vaiana era un plagio de su obra Bucky the Surfer Boy, y para demostrarlo ponía sobre la mesa los ingredientes ideales para que Moana, como se conoce a la película a nivel internacional, se convirtiese en objeto de debate.
La demanda presentada en 2020 pretendía demostrar que la idea para la película, que ha generado a Disney miles de millones de dólares entre las dos entregas y su merchandising, había salido de su puño y letra en 2003, y que los directores de Moana sólo habían adaptado aquí y allá para que fuese lo menos evidente posible. Sobre el papel, había razones para dudar.
El juicio de Moana vs Surfer Boy
La historia de Bucky the Surfer Boy transportaba a un muchacho hasta Hawái mientras estaba de vacaciones con sus padres. Allí se hacía amigo de un grupo de nativos, embarcándose en una aventura en la que viajaba en el tiempo al pasado de esas islas mientras se cruzaba con semidioses con la intención de salvar ese lugar sagrado. Hawaianos tatuados capaces de transformarse en pájaro y tiburones, animales que les acompañaban… Pero esas similitudes estaban lejos de ser la principal baza de Woodall para denunciar a Disney. «No habría Moana sin Bucky», recogía su abogado.
El giro que garantizaba aún más la atención mediática hacia el caso de Woodall estaba en que, allá por 2004, entregó el guión a la hermana de su cuñada, Jenny Marchick, que trabajó en Mandevill Films, una compañía atada a Disney de forma contractual que, además, trabajaba dentro de los estudios de Disney. Asegura que le envió sus progresos a través de los años y que quedó perplejo cuando, en 2016, vio Moana y descubrió las similitudes con muchas de sus ideas.
El testimonio de Marchick resultaba clave para darle peso al caso de Moana vs Surfer Boy, pero contra todo pronóstico su versión dejaba en evidencia a la acusación. Marchick asegura que no enseñó el guión a nadie, y compartió los mensajes recibidos dando a entender que ignoró las peticiones de Woodall de presentarlo a Disney, y que llegado a cierto punto le dijo que no podía hacer nada por él.
Aunque en cierto punto de la historia Marchick consiguió una reunión para que Woodall presentase al guión a sus superiores, la defensa parecía demostrar que en ese momento sólo se habló de la posibilidad de que el guionista y animador entrase a trabajar en Disney, por lo que el jurado considera que no hay pruebas suficientes para creer que la historia de Bucky the Surfer Boy llegase a manos de los creadores de Vaiana.
La delgada línea entre inspiración y plagio
Ni los semidioses tatuados cambiaformas, ni las aventuras oceánicas de los muchachos, ni los animales espirituales sirviendo de guía. La defensa de Disney aseguraba que en cada uno de los documentos que mostraban el paso a paso detrás del desarrollo de la película dejaban muy claro que «puedes ver cada huella. Puedes ver la composición genética completa de Moana».
La clave está en que la inspiración de ambas obras proceden del mismo sitio, del lore y mitología detrás de Hawái y las islas de la Polinesia, por lo que buscar similitudes entre una y otra siempre va a ser coser y cantar. Para todo lo demás, desde los cambiaformas con poderes sobrenaturales hasta los animales que sirven de guía, basta con echar la vista atrás a la historia de Disney para encontrar ejemplos similares en el genio de Aladdin o el Pepito Grillo de Pinocho.
La clave detrás de la defensa de Disney está precisamente en toda esa documentación, una medida cada vez más común en el mundo del entretenimiento que detalla cada paso de sus producciones desde la idea inicial hasta el lanzamiento de la película, precisamente para evitar posibles litigios por derechos de autor cuando una creación resulta sospechosamente similar a otra.
No es sólo que la tarea de litigar contra el ejército de abogados de Disney sea hercúlea, es que hemos llegado a un punto de la historia en el que, por el número de creaciones, la estandarización de fórmulas y arquetipos narrativos, y la democratización de la información gracias a internet, la posibilidad de que dos personas estén tirando de las mismas referencias y clichés sin saber nada la una de la otra es más que probable.
La teoría junguiana y la inspiración
El resultado de este proceso judicial, y en cómo los casos por infracciones de copyright son cada vez más complejos, se explica a menudo valiéndose de la teoría junguiana del mundo de la psicología. Entre muchas otras cosas, lo que defendía el psicólogo Carl Gustav Jung es que a la hora de interpretar el mundo lo hacemos valiéndonos de distintos arquetipos universales.
Jung hablaba de conceptos como el héroe, el mentor o la sombra, que dan forma a manifestaciones culturales universales que, de forma innata, se han ido desarrollando a través de las culturas sin que estas tuviesen ninguna relación entre sí.
La idea detrás de este modelo de pensamiento, que terminó sentando las bases de la psicología analítica, se ata a los casos de plagio e inspiración intentando demostrar que la inspiración y cómo nos acercamos a ella para dar forma a las historias que contamos pueden caer en coincidencias de una forma mucho más común de lo que podríamos llegar a imaginar.
Con esa máxima sobre la mesa, la necesidad de demostrar que detrás de dos obras parecidas hay en realidad una imitación plenamente consciente se vuelve absolutamente imprescindible. Y sin los documentos adecuados, o valiéndote de ellos, la lucha contra una demanda de copyright puede cambiar por completo. El caso de Moana vs Surfer Boy es, probablemente, el mejor ejemplo de ello.
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La noticia
Un escritor denunció a Disney asegurando que Vaiana era una copia de un guión suyo. La sentencia de Moana vs Surfer Boy no ha sorprendido a nadie
fue publicada originalmente en
3DJuegos
por
Rubén Márquez
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