La ciencia nos ha demostrado que, durante nuestro proceso de evolución más allá del mono, nuestros genes han propiciado cambios drásticos en nuestros cuerpos que han derivado en cambios sustanciales en la biología. Se ha demostrado que perder la cola propició embarazos más largos y partos más complejos, por ejemplo, y que cazar en climas cálidos hizo que una mutación que antepusiese la regulación de temperatura con el sudor en vez de mediante el pelo nos encaminase en esa dirección, pero… ¿Dónde están ahora esas evoluciones? ¿Realmente hemos parado de evolucionar?
Vivimos una época en la que los constantes cambios propiciados por la tecnología aseguran habernos cambiado la vida y, lejos de ser una exageración, es fácil comprobar hasta qué punto ha sido así. Pensad en los avances en medicina, en cómo se ha transformado la agricultura, en el salto cualitativo que suponen nuestros sistemas de transporte para el acceso a bienes de forma constante, en cómo internet, especialmente, ha contribuido a que todos esos procesos crezcan de forma exagerada durante los últimos años.
Por qué los humanos no evolucionamos al ritmo de la tecnología
Las dudas respecto a esa relación de causa y efecto, como en la historia del huevo y la gallina (fue el huevo), han llevado a plantear teorías que se atan esa pérdida de pelo en el cuerpo con la invención de la ropa, pero sin fósiles que puedan certificarlo es difícil aventurarse, y la teoría más extendida es la de que quienes no gozaban de pelo podían seguir corriendo detrás de su presa y que, por contra, los humanos con pelo sucumbieron al calor.
Es decir, que de una forma u otra no podemos atar los avances tecnológicos de forma directa a nuestra evolución, y aunque variables como la ropa, el fuego o la rueda pueden haber ayudado de una forma u otra a facilitar esa selección natural, buscar en internet, la inteligencia artificial o cualquier otra revolución moderna no necesariamente implica que vayan a provocar, ni siquiera facilitar, un salto evolutivo.
¿Significa eso que hemos dejado de evolucionar? Es una de esas preguntas difíciles de responder porque raramente vemos cambios significativos en cualquier especie de un día para otro, pero sí podemos afirmar con rotundidad que las causas que provocaron aquellas evoluciones han desaparecido prácticamente. En concreto, la más importante de ellas, el aislamiento.
Tal y como recogía Sean B. Carroll, biólogo experto en desarrollo evolutivo, el aislamiento en determinadas zonas, como el de nuestros ancestros antes de huir de África, el de los Hobbits de Flores, o el caso de los pájaros pinzones estudiados por Darwin, resulta clave para que se facilite la pérdida de diversidad genética y, por tanto, los factores evolutivos terminen gozando de mucho más peso dentro de una misma sociedad.
Sin embargo, desde que conquistamos los mares, y más aún desde que hicimos lo propio con los cielos, la conexión entre pueblos alejados entre sí que, frente a un posible aislamiento, podrían haber tomado otro camino evolutivo, ha quedado completamente descartada. La mezcla de seres humanos procedentes de distintas partes del globo ha hecho que esa diversidad sea cada vez mayor y, por tanto, el factor evolutivo del aislamiento se ha desacelerado hasta frenar casi por completo.
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La noticia
La razón por la que nuestros cuerpos no están evolucionando pese a que internet, la IA y el resto de tecnologías están cambiando nuestras vidas
fue publicada originalmente en
3DJuegos
por
Rubén Márquez
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